Una herencia de la Revolución Industrial
CDMX, 14/07/2023 – 18/05/2025
Uno de los aspectos que han impactado más en la estructura socio política, económica y cultural de la Modernidad hasta nuestros días es la instauración del mecanismo de producción en serie. Este dispositivo, clave en la reproducción del capital, se extiende sin excepción a todos los ámbitos de la vida, contribuyendo a la creciente homogenización que caracteriza comportamientos, consumos, relaciones sociales, producción cultural, artística y científica, entre otros.
Salirse de la norma que barre/borra las diferencias por considerar que sus efectos originan rasgos despreciables, enfermos, amenazantes y/o “anormales”, ha constituido y constituye una decisión que por lo menos implica exclusión, si no muerte en sus más diversas formas.
En el presente, la producción en serie de individuos ahora transformados en “masa”, no solo afecta sus estilos relacionales, sino también el consumo −en el presente de sello compulsivo−, debido a una búsqueda por compensar el vacío y la falta de sentido e identidad que derivan de la anulación sistemática de bordes, intersticios y “defectos” que se presentan en comportamientos disruptivos de masa, sujeta como está al desarrollo de conductas perentorias de sello homogéneo y regular.
El simulacro es otra de sus derivas. Los individuos, que no sujetos (Baudrillard) −particularmente provenientes de las clases que de alguna manera han trascendido el límite de pobreza en su nivel más irreductible y extremo−, se esfuerzan muchas veces hasta el absurdo en auto promoverse de las más diversas formas, generalmente ilusorias y vociferantes. Las llamadas redes sociales colaboran ampliamente en estos simulacros, y establecen así las necesarias compensaciones que el sistema debe articular para acallar a un conglomerado en aumento de seres humanos completamente anónimos, insatisfechos y carentes de autocrítica. El mercado, y su más fiel aliada, la publicidad, son los eslabones modélicos clave en la construcción de una cultura simulacral de claro rasgo delirante.
No menos relevante es la llamada de atención que los medios de comunicación masiva plantean al público, al mostrar un mundo totalmente desarticulado, violento e indiferente a las necesidades ingentes de satisfactores reales. No es extraño observar la sistemática exposición a imágenes extremadamente violentas de destrucción, guerra y delincuencia como espectáculos atractivos de alto impacto y casi nula identificación empática y solidaria, generando así una atmósfera carente de salida consistente. En su lugar, la lectura que se impone: “el mundo es eso que te muestro; si quieres sobrevivir en esta clase de entorno sé feliz logrando comprar (con tu esfuerzo) el máximo de lo que te ofrezco”.
Estos mecanismos generadores del consumismo demencial que caracteriza el presente son también directa e indirectamente formas de producción en serie. Sus efectos condicionan conductas que al repetirse, debido a lo ilusorio y fallido de sus impactos en la satisfacción real, a mediano y largo plazo, causan en las personas quantums enormes de ansiedad, frustración y minusvalía residual, además del empobrecimiento resultante de sus recursos económicos, además del aumento progresivo de fenómenos como la contaminación ambiental, la intensificación de enormes dosis de basura no degradable, y devaluación sistemática de fuentes y recursos para la vida satisfactoria de la especie.
El panorama es preocupante, pero no nos exime en cuanto a la urgencia que demanda la toma de conciencia de la amenaza que representa para nuestra supervivencia, motor al mismo tiempo de la acción responsable que obliga a cada habitante de la Tierra.